16 de agosto de 2011

LA SEVILLA MÁS SEVILLA

Quién duda que una Sevilla agnóstica o atea, y por ello ajena a las tradiciones religiosas de la ciudad, sea tan Sevilla como la creyente y tradicional? Nadie sensato puede hacerlo. Pero también, viendo a la Virgen de los Reyes al pie de una Giralda caramelizada por un sol que ya prometía castigos a las ocho de la mañana, vestida la Virgen gótica con el manto de los Montpensier bajo la tumbilla regionalista diseñada por Juan Talavera, flanqueándola el barroco Palacio Episcopal, alzándose tras ella el alminar almohade rematado por el cuerpo de campanas renacentista, desafiando al sol -mirando de frente a oriente- el soberbio y bravo Giraldillo que parece crecerse con el castigo de las calores que le deben recordar los fuegos de la fundición de Bartolomé Morel, ¿quién puede dudar que lo más sevillano de Sevilla se ponía en ese momento en escena, dándole a todas las edades de la ciudad una vida que se veía en los ojos emocionados de quienes lo contemplaban y se oía en su absoluto silencio de respeto?

Allí estaba la Sevilla gótica, la renacentista, la barroca, la decimonónica, la regionalista y la actual. No como una escenificación museística o un rito muerto, sino viva de lágrimas, de silencios, de oraciones interiores y de los recuerdos -¡tan intensos!- de quienes nos llevaron a verla desde niños para enseñarnos la sonrisa de Dios reflejada en el rostro de su Madre.

A algunos nos llevaron hasta antes de nacer. Veintitrés días antes de parirme -incomodó barrigón en mañana de agosto- mi madre fue a ver a la Patrona para encomendarle el parto. Y allí estaba yo, antes de ser yo, ante la Virgen y su hijo como San Juan en el vientre de Santa Isabel el día de la Visitación. Al volver de la procesión un leikero -aquellos fotógrafos callejeros- les hizo una foto: en el centro mi madre, con la gravidez que me delata, cogida del brazo de mi abuela Antonia y de mi tía Encarna, las dos ya esperándome en ese Cielo que siempre imagino como volver a la vieja casa de Regina, pisar su zaguán de mármol cubierto de serrín, oler las especias de la semillería, subir entre los zócalos de azulejos de Mensaque por la larga escalera de altísimos escalones y abrir la puerta tras la que viven todos los que quise y quiero; porque el nuestro -como dice la Macarena con la desmesura de sus ojos, ventanas del Paraíso- es un Dios de vivos, no de muertos.

No toda Sevilla es esta emoción preñada de memorias de la mañana del 15 de agosto. Pero sí es la Sevilla más Sevilla. No todos los sevillanos participan de estas emociones, ni tienen por qué hacerlo.

Pero sí son las emociones más sevillanas. Palabra.

Carlos Colón (Publicado en Diario de Sevilla 16/08/11)