Eso no ha cambiado. En un mundo que quiso ser anacrónico,
y ya no le dejan, eso, al menos, no ha cambiado. En una vivencia interior que
se saca a la calle, antes por la puerta, y ahora por la pantalla, eso aún no ha
cambiado. Hubo un tiempo, que fue mucho y bueno, en que todo dependía de lo que
Mariano Medina, y más localmente, el ABC, dictaminaran que iba a ser la dicha o
la desgracia de Casa Rubio, centenario comercio de abanicos y paraguas en
Sierpes. Y a rezar, que siempre podía ser que así, por la vía de los pequeños
milagros de aquí mi tierra la de María Santísima, trocaran los cántaros en
cegadores destellos. No es que pasara
mucho, la verdad, pero al menos, la emoción por la posible remontada, duraba
hasta que terminaba el descuento. Ahora ya no. Ahora un satélite te habla
bajito, personalmente. Y con incontestables datos científicos del minuto a
minuto. Te he dicho que es un ochenta y cinco por ciento, y a ver quién tiene
palermos de poner así una cruz de guía en la puerta. Bueno, sí. Los Javieres un
año. Pero no salió bien.
Aún así, eso no ha cambiado. Algo, y para mí que ese algo
es importante, sigue dirigiendo con buen tino y a buen puerto, la preciada
carga que se nos cedió para disfrutarla y saber transmitirla. Y a fe mía, que no
es fácil la singladura. Que aunque sepamos aprovechar las buenas corrientes de
la formación de jóvenes, de la mano tendida y generosa al que ahora tanto
necesita, y del buen culto al que ahora tanto necesitamos, no podemos relajar
el timón ni una chicotá. Que viene el cielo muy morado al fondo, y lo que ahora
son nubecillas populistas, algún día pudieran ser populosas tormentas. Eso sí,
con muchas ganas de arrancarnos las velas que nos empujan. Y no ayuda tanta
doctísima opinión cofrade, de aprendices que no aprendieron, y maestros que se
divulgan por redes, que no todas debieran ser de este barco.
Por eso, siempre hemos de quedarnos con eso. Con lo puro.
Con lo que se nos dio. Con lo que, al fin, justifica el esfuerzo de
muchas noches, y el disfrute de todos los sentidos. Con la ilusión, con las
ganas y, sobre todo, con el legado.
Con eso que, a pesar de los pesares, no puede ni debe
cambiar. Con esa pequeña nariz aplastada contra el cristal de la ventana, la
mañana de un Miércoles Santo. Con esa sincera sonrisa saludando al sol
naciente. Eso, no ha cambiado. Y ahí, está todo.
Diego Bernal
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