15 de febrero de 2015

EL PAÑUELO


Anda uno en el umbral de la vida, si bien, ya va uno siendo "viejo" en lo que a cofradías se refiere. Los años me hacen disfrutar cada vez más del tiempo sosegado de la espera, del poco a poco, del semana a semana, mes a mes, incluso con la tregua que el verano nos da, tomando una cierta distancia, para luego volver con más ganas a reencontrarnos. 
En días, llega la Cuaresma, el tiempo deseado. Me gusta, claro que sí, sería absurdo negarlo, pero es meses antes cuando me encuentro más cómodo, disfrutando de una manera más íntima, más lenta. Estas fechas pecan del mal de nuestro tiempo, hay un exceso de casi todo, sin dar oportunidad para paladear las cosas como deben hacerse.
En estas fechas, cualquier fin de semana, nuestros imágenes son expuestas en besamanos o besapie permitiéndonos contemplarlas como nunca en el resto del año, sentirlas cercanas, rezarles. Es allí cuando se comprende el verdadero sentido de todo esto, cuando la devoción se escribe con mayúsculas, cuando cada hermandad nos enseña sus señas de identidad, sus poderes. Ahora bien, hay algo que no cambia,  que se repite, desde el tamarguillo hasta intramuros, desde septiembre hasta marzo, desde los barrios hasta el centro, sea de ruán o de capa, los besos, la multitud de ellos que reciben nuestros titulares.  Son besos de fe, de devoción, de cariño, de tradición, de oración, de...
Tras ellos, un servidor, un hermano, un niño, con un pañuelo blanco limpia el sitio besado a la espera de la llegada de otros labios. Cuantas veces me he preguntado por ese pañuelo, por ese protagonista silencioso, por ese cómplice de tantas historias, de secretos, de confidencias, de amores, de plegarias que esconden los besos dejados atrás...
Bendito pregón el que podrían dar  estos testigos de fe (si hablaran, claro).





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